Capítulo 3 de Pudo ser un Undercover: Novela por Entregas
Tras disfrutar de los dos primeros capítulos tenemos la enorme alegría de compartir el Capítulo 3 de Pudo ser un Undercover del escritor V. M. Bongutz. Que lo disfruten!
El asalto a Moncada
Nuestro protagonista deseaba conocer algo más sobre el particular, para ello le solicitó a don Alberto, abusando de su amabilidad, que le narrase los acontecimientos ocurridos con el asalto al Cuartel de Moncada, que como él mismo dijo “eso constituía un capítulo aparte”. El profesor, gustoso, accede y emplaza a nuestro protagonista para el día siguiente con el fin de charlar sobre estos sucesos al mismo tiempo que tomaban café.
A las seis de la tarde se presentó Jin en el domicilio de don Alberto, tal y como habían quedado el día anterior. Le abre la puerta la señora del profesor, doña Rosa, y le invita a pasar a una salita donde se encuentra su esposo. Después de los habituales saludos, comienza el profesor, con su particular sapiencia y dialéctica, a narrar la etapa de los sucesos de Moncada:
Ayer se habló de la policía del régimen de Batista y cómo recrudeció su actuación después del golpe militar de marzo del 52. La característica más destacada de esa época la componía la represión y el combate contra cualquier idea política que supusiera una amenaza para sus intereses. De esa actitud surge el descontento y la rebeldía de una parte de la población, así mismo aparecen los movimientos y las ideas revolucionarias, que mostraban los deseos de libertad política. Estos anhelos se manifestaban con mayor fuerza en el ámbito universitario. Por esa época aparece un joven abogado, llamado Fidel Castro, que ejerce el liderazgo de un grupo de ciudadanos con la idea de derrocar al régimen impuesto. En sus múltiples reuniones determinan que lo más conveniente es asentar un golpe contundente y espectacular, que despierte al pueblo de su letargo, por ello deciden atacar el Cuartel de Moncada situado en Santiago de Cuba, capital de la provincia de Oriente. Dos son las razones fundamentales que propician esta acción: la primera, Castro es oriental y la mayoría de los que le acompañaban en esta aventura también; el segundo argumento lo marcaba la situación geográfica de la ciudad, al estar emplazada en la costa sur de Cuba y encerrada entre montañas, su cuartel representaba la segunda guarnición militar más importante del País.
El 26 de julio de 1953 es conocido por todos que un grupo reducido de jóvenes planeó el asalto a Moncada, emulando a sus ancestros, ya que en el denominado oriente de la Isla fue donde se había iniciado los alzamientos en las tres guerras de independencia del pasado siglo. Los revolucionarios habían diseñado un plan que a ellos les parecía infalible, consistía en: primero atacar y tomar el cuartel, apoderarse de las armas y reducir a la guarnición; el siguiente paso sería adueñarse de la ciudad. Además, contaban con que por la lejanía y las dificultades geográficas, el envío de otras unidades desde otros puntos de Cuba costaría algún tiempo, lo que jugaba a su favor, y con ello podrían organizar su defensa para cuando llegaran tropas desde La Habana.
Con el fin de asegurar el éxito de esta aventura, emprenderían otra acción simultánea, atacar el cuartel situado en Bayamo, urbe enclavada geográficamente en el centro de la provincia de Oriente. En este punto confluía la red de carreteras que partían desde La Habana hasta el oriente de la isla, con lo que dificultarían la llegada de tropas de otras provincias.
Volvamos al plan que habían trazado para el asalto del Cuartel de Moncada y sus aledaños: primero debían realizar una serie de acciones encaminadas a controlar los puntos estratégicos de Santiago. Los enclaves que consideraron fundamentales para la operación fueron la estación de la Policía Nacional, la Policía Marítima y la base de la Marina de Guerra. Así mismo, entraba dentro de los planes de los revolucionarios adueñarse de la emisora de radio, con el fin de informar a los ciudadanos de Cuba de sus hazañas y arengar al pueblo para que iniciara la lucha contra la tiranía.
Continúa el profesor contando los inicios de ese grupo rebelde:
El movimiento revolucionario surge en el núcleo universitario, y este fue incorporando a otros sectores de la población. Su estructura la componían dos “Comités”, uno lo conformaba la rama militar, cuyo mando ostentaba Fidel Castro, mientras que la rama civil la encabezaba Abel Santamaría; además, contaban con delegados en todas las demarcaciones y provincias. Llegado el momento de pasar a la acción armada podían movilizar a sus afiliados, pues, en esas fechas eran más de 1.200 miembros. Los dirigentes mantenían una disciplina y secretismo en todas sus acciones; se procuraban sus pertrechos, tanto militares como propagandísticos, adquiriéndolos con recursos que ellos mismos aportaban o que proveían de amigos y familiares, porque en ningún caso querían que participaran los poderosos o terratenientes y aún menos la clase política imperante en la Isla.
Don Alberto detiene su relato para tomarse su café y continúa con su charla:
Para esta intervención militar consiguieron armas de bajo calibre, especialmente de caza, y algunos fusiles del calibre 22. Con el fin de no despertar desconfianza, realizaban sus prácticas de tiro en el Club de Cazadores del Cerro y en las dependencias de la Universidad de La Habana. Como no querían avivar sospechas entre la policía de Batista, se desplazaban en pequeños grupos a las afueras de la capital y a Pinar del Rio. Así mismo, y siguiendo las consignas de guardar el mayor secreto de la operación, alquilaron una pequeña granja a las afuera de Santiago que serviría de cuartel general de los revolucionarios.
Entre los planes de ataque figuraba elegir el momento de emprender la acción, y para ello fijaron el 26 de julio, que coincidía en domingo, en el que además, se celebraba el carnaval. Al ser una fiesta de carácter popular donde se daban cita jóvenes de otros puntos de la Isla, las guarniciones estaban más pendientes del jolgorio festivo que de otra cosa. Por esa razón se escogió esta fecha como la más idónea.
En el día elegido y en horas de la madrugada, unos 135 revolucionarios equipados con uniformes militares y con las armas que habían conseguido reunir, emprenden el ataque dirigidos por Castro. La estrategia se montó en tres frentes: un primer grupo comandado por Fidel Castro se ocuparía de atacar el cuartel. Un segundo grupo dirigido por Abel se adueñaría del Hospital Civil aledaño a la instalación militar, donde podrían atender a los heridos. El tercer grupo se apoderaría del Palacio de Justicia y desde su azotea podrían cruzar el fuego con el cuartel, consiguiendo de esa manera apoyar al primer pelotón; esta última acción estaba capitaneada por Raúl Castro, hermano menor de Fidel. Después de los últimos consejos y la lectura de un manifiesto, el cual se nombraría posteriormente, como de Moncada, pasaron a la acción.
En los inicios del alba comienza el combate, los objetivos asignados a Abel y a Raúl son cumplidos sin mayores problemas y disponen todo según los planes previstos. En cuanto al grupo comandado por Fidel, comienzan desarmando al centinela de la posta número 3 y consiguen hacerse con la garita, pero la patrulla que realiza la ronda rutinaria los localiza. Además, un sargento que regresaba de las fiestas, por una calle lateral al cuartel se percata de la maniobra y comienza un tiroteo que alerta al resto de la tropa, provocando, con ello, la defensa de la instalación militar en toda regla. El factor sorpresa, que constituía su mejor opción, se pierde, lo que lleva a un enfrentamiento en los aledaños del cuartel. Todo ello provoca que los revolucionarios, con menos efectivos y con armas de bajo calibre, fueran perdiendo posiciones, ello obliga a poner punto final al asalto, ordenando Fidel la retirada.
Para concluir con este hecho, el profesor añadió:
Después de esta acción, el gobierno de Batista implementa una serie de disposiciones con la finalidad de aplastar y perseguir cualquier nuevo intento de ataque, y al mismo tiempo, de hacer valer su autoridad. Con posterioridad se supo que hubo una serie de muertos por parte de los asaltantes: unos cayeron en combate, a otros los ajusticiaron de forma sumarísima y al resto los capturaron, y los encarcelaron inmediatamente, aunque con el tiempo fueron indultados.
Jin, le preguntó al profesor: ¿Qué ocurrió con los juicios de los revolucionarios y su posterior condena?
Don Alberto le contó de una manera resumida lo ocurrido:
Desde un primer momento, tal y como estaban los ánimos del gobierno, tanto Fidel como, su hermano Raúl y los demás revolucionaros que no habían caído en el combate, fueron capturados, encarcelados y sometidos a juicio conforme a la ley. Su sentencia más probable hubiera sido la pena de muerte, aunque esa máxima sentencia estaba abolida por la Constitución del 1940, para estos casos se contemplaba una excepción. La mediación del Arzobispo de Santiago, amigo de los padres de los Castro, ante el tirano presidente, consigue que no se aplique la condena máxima. Se celebró el juicio Fidel Castro, como abogado, realizó su propia defensa. El sumario fue semipúblico, lo que le dio la oportunidad para efectuar una serie de denuncias contra el régimen. Fidel, como cabecilla, fue condenado a 15 años, su hermano Raúl a 13, y el resto a penas menores. Cuando llevaban 22 meses en prisión obtuvieron la libertad como consecuencia de una amnistía general promulgada en mayo de 1955. Su familia les aconsejó que se fueran a los Estados Unidos, donde ya se encontraba un considerable número de asilados políticos contrarios al régimen de Batista. Pero Fidel tenía en su mente otros planes y desde el exilio de Miami se trasladó a México, donde fija su residencia.
Jin le agradeció a don Alberto todas sus explicaciones y consideró las mismas como una conferencia magistral, pero en su afán de saber más sobre los aspectos de la revolución cubana, le comentó que si conocía las actividades de los hermanos Castro en México y cómo era posible que se averiguasen estas actividades, así como la actitud que mantenía el régimen de Batista ante estas noticias de prerrevolución en su contra desde el País Azteca. El profesor le manifestó que don Julián, un médico amigo suyo, de padre español y madre cubana, ejercía en La Habana y vivió de forma directa ese periodo, ya que prestaba sus servicios profesionales a familias de altos militares del ejército:
Según me ha relatado, en sus consultas se comentaban algunas confidencias relacionadas con los movimientos revolucionarios, tanto de los que operaban dentro como fuera de Cuba. Ya hablaré con él para que nos cuente lo relacionado con esa etapa, lo que tanto te interesa saber.
Ya pudiste leer el Capítulo 3 de Pudo ser un Undercover. No te olvides de compartir su lectura si te gustó. A prepararse para el capítulo 4!!!