Capítulo 27 de Pudo ser un Undercover: Novela por Entregas
Luego de leer 26 capítulos es momento de compartir el Capítulo 27 de Pudo ser un Undercover, del escritor V. M. Bongutz. Quién es «La Condesa»?
27
El encuentro de Barcelona
Ya el buque se encontraba en Barcelona y, como buen guerrero, necesitaba un descanso y que lo cuidaran un poco, con la sola finalidad de emprender una nueva travesía. La vida a bordo, como en cualquiera de las demás estancias en ese puerto, transcurría de igual manera, descanso aparente para todos, pues la estadía en tierra era menos fatigosa que en la mar, días de alegría y dicha, especialmente para los que tenían la oportunidad de estar con los suyos durante esos días. Pero a Jin le esperaba, además, de su cometido habitual, una reunión con una persona amiga de David, el profesor de Puerto Rico, que según le refirió se pondría en contacto con él en ese puerto.
Transcurrió el día de llegada, sin mayor trascendencia, Jin, como de costumbre, después de la cena, saltó a tierra para llamar por teléfono a los suyos, ya que en esta ocasión no habían podido desplazarse a Barcelona para estar con él por unos días. Al descender del barco y al final de la pasarela le estaba esperando una persona que se identificó como Juan, le dijo que era amigo de David y le preguntó si era posible que pudieran charlar del asunto que ya conocía.
Nuestro personaje le manifestó:
No tengo inconveniente, podemos hacerlo mientras paseamos, ya que me dirijo al locutorio telefónico que se encuentra al principio de Las Ramblas para llamar a mi familia y durante el trayecto podemos conversar de lo que quieras. Continuaron paseando por el puerto y el recién auto-presentado dio comienzo a una conversación sobre el buque, los pasajeros, la situación de los países americanos, los lugares de escala el buque, etc., especialmente quería que Jin le aportara referencias de cómo había dejado La Habana.
Una vez Jin terminó de hablar con su familia, Juan le propuso ir a tomarse alguna cosa en una de las múltiples cafeterías y bares que se encontraban en Las Ramblas, a lo que nuestro protagonista accedió. Ya en la cafetería, se acomodaron en una mesa situada discretamente para poder hablar con tranquilidad. El personaje le preguntó:
¿Has estudiado la propuesta de David?
La repuesta de nuestro marino fue la misma que había dado en Puerto Rico:
Hasta la fecha no he tomado ninguna decisión al respecto, puesto que la situación en la Isla se hace cada día más complicada, por ejemplo, en este último viaje ocurrieron sucesos desagradables en la capital cubana, la situación no está nada clara y los milicianos siguen adelante con sus planes y proyectos.
Juan le pregunta:
¿Mañana tendrás tiempo para hablar con una persona que tiene interés en conocerte?
La repuesta de Jin no se hizo esperar:
Todo depende del horario, pues en esta ocasión no ha venido mi familia a Barcelona y debo cubrir a alguno de mis compañeros que sí la tienen aquí.
Su interlocutor le respondió:
Decide tú la hora y pasaré a recogerte inclusive sugirió. -Podríamos compartir una comida con esa persona, ya que al fin y al cabo tú tienes que cenar, y lo mismo será en el buque que en tierra.
Nuestro protagonista le manifestó:
De acuerdo, a las 19:00 es buena hora -pero Jin se percató de que no estaba hablando con personal de a bordo y rectificó-. A las siete de la tarde estaría bien.
Puntualmente Juan lo pasó a recoger en coche, lo que le extrañó un poco, ya que a los muelles solo se permitía pasar a vehículos autorizados y taxis, pero no comentó nada de esta cuestión.
Comenzaron el trayecto y el agente le dijo a Jin:
Nos vamos a dirigir a la parte alta de la ciudad.
Salieron del puerto y al llegar al Monumento de Colón, el vehículo torció a la derecha para continuar hacia la avenida del Paralelo, prosiguió su marcha hasta encontrar la avenida Diagonal, giró en la plaza de Pío XII, donde se incorporó a la avenida de Pedralbes, continuó hasta la parte alta de esta avenida y aparcó cerca de la calle de los Caballeros.
Se dirigieron a un lujoso restaurante de la zona. En la sala de espera, que estaba habilitada para que los comensales tomaran algún aperitivo antes de pasar al comedor, les esperaba una señora a la que Juan saludó muy respetuosamente y para luego presentarle a nuestro marino, la señora manifestó:
Yo soy simplemente “La Condesa”.
Después de estos primeros momentos, nuestro protagonista observó a la señora, a la que le calculó unos cincuenta años, iba elegantemente vestida, también apreció que las joyas que llevaba puestas eran de valor, así mismo se percató que La Condesa lo estaba analizando detenidamente. Después de estas observaciones de presentación y de estudio mutuo, dio comienzo una conversación que al principio se basaba en el buque, su ruta y lo interesante que resultaba visitar Cuba, y vivir, aunque solo fuera por unos días, los acontecimientos que allí se estaban desarrollando. Máxime cuando esas estancias se repetían cada 40 o 45 días por lo que se podía apreciar en ese tiempo los cambios que iba experimentando la Isla.
Al cabo de unos instantes, “La Condesa” entró de lleno en el asunto de su interés y comenzó:
Conozco su amistad con Jorge, así como la buena impresión que le causó a David en Puerto Rico, quien me informó que era un gran conocedor de los asuntos cubanos; por ello hemos deducido que nos sería de gran utilidad y nos prestaría un gran servicio. La Agencia estaría interesada en que recopilase información de la problemática cubana, además, saben que tiene amistades en la Isla, que algunos de los hombres que están a sus órdenes cuentan con familiares en La Habana y que le apasiona todo el tema cubano por lazos familiares y sentimentales.
Prosigue la Sra. diciéndole:
Nos hemos puesto en contacto con usted, porque lo consideramos una persona valiosa, los informes que tiene en su poder la “Agencia”, tanto familiares como profesionales, así lo determinan. Si pudiera hacer memoria, recordará que recaló por primera vez en los Estados Unidos a mitad del año 1957, concretamente, la primera escala del buque donde se encontraba en esos momentos fue Norfolk, también recordará que se le autorizó a desembarcar después de los trámites realizados por las autoridades portuarias y de emigración, así mismo, se acordará que hubo varias denegaciones para bajar a tierra a otros tantos tripulantes, a quienes no se les extendió el correspondiente permiso.
Jin le interrumpió diciéndole:
Usted perdone señora, pero veo que están muy bien informados de todos mis asuntos y conocen todos mis pasos, por tanto no entiendo para qué requieren la información que pueda recopilar en mis diferentes escalas en La Habana o en mis tertulias con algunos de los pasajeros, si tienen tan buen servicio de información.
“La Condesa” le explicó:
No se trata de lo que podamos saber de usted o de los demás tripulantes, el hecho es que los informadores extranjeros que manteníamos en La Habana, unos han sido expulsados y otros eran lo suficientemente conocidos por los servicios secretos cubanos para que les tuvieran restringidos sus movimientos, por ello, se aconsejó su retirada de la circulación. Los ciudadanos cubanos que realizaban labores de información que nos podían aportar algunas cuestiones de interés ya no se encontraban desempeñando sus trabajos habituales porque habían sido despedidos o trasladados a las provincias del interior y actualmente no tienen acceso a ninguna información que nos sea útil, además, tienen miedo a represalias durísimas si los milicianos sospecharan de ellos.
Jin le respondió:
La información que poseo y que consigo de forma inocente la puede obtener cualquiera, solo son historias de las vicisitudes por las que están pasando cientos de familias en este devenir cubano.
La señora le manifestó:
Eso es precisamente lo que nosotros necesitamos, conocer de primera mano las penurias y hechos, que analizados por expertos pueden llevar a valiosas conclusiones.
Continuó la charla durante toda la cena. Jin les contó algunas de las historias que conocía, tanto de pasajeros como de personas que había visitado en sus domicilios o negocios en La Habana. Estaba a punto de concluir la comida, pero antes de despedirse, “La Condesa” manifestó:
Estamos encantados con sus relatos y nos gustaría contar con usted para esta misión.
La repuesta del marino no se hizo esperar:
Lo siento señora, como informante oficial tendría que pensarlo mejor y por el momento no tengo tomada ninguna decisión, pero si quieren oír historias, anécdotas y hechos de la vida cubana y de sus ciudadanos se las podría relatar como si fuera en una charla de café. Con este último comentario, se despidieron a la puerta del restaurante y Juan lo condujo de nuevo a bordo.
Una vez Jin llegó al buque no dejó de pensar en el encuentro con La Condesa, en primer lugar, se notaba que era ella la que mandaba, el subordinado casi no habló y solo se limitó a asentir a las palabras de la señora. El segundo punto que no le quedó claro fue que no indicara su nombre, también podría haber mencionado uno cualquiera pues el de Juan no sabía si en realidad correspondía al suyo, de lo que sí estaba seguro era de los nombres de Jorge, porque lo conocía desde muy joven y el de David, porque así lo llamaban en el hotel y en otros lugares de San Juan. Otra cuestión que le llamó la atención a nuestro marino fue que siempre esta señora hablaba en plural.
Al día siguiente, en horas tempranas, de nuevo se presentó Juan y le dijo:
Perdona por presentarme sin avisar, ya que no habíamos quedado de antemano, pero las circunstancias forzaron que tuviera que verte, pues tengo que comunicarte un mensaje de La Condesa, a ella le era imposible expresártelo personalmente porque en la mañana de hoy partió para Madrid en viaje de trabajo.
Jin le respondió:
Para mí eso no tiene mayor importancia, de todas maneras no concluyo mi guardia hasta las 12:00 y después de esa hora estaré libre de servicio, por lo que podemos vernos a esa hora.
Al mediodía, tal y como habían convenido, se presentó Juan para reunirse con nuestro marino y, dando una pequeña caminata, llegaron hasta el paseo de Isabel II, donde se ubicaba un restaurante en el que podían tomarse unas cervezas y algún aperitivo mientras hablaban. Como es natural, la conversación al principio se centró en la cena del día anterior, haciendo referencias a lo que comieron. Jin se mostró satisfecho y lo comentó a su interlocutor:
La cena estuvo muy bien y la charla fue amena y entretenida. -Pero, después de este preámbulo, el empleado de la “Agencia” entró en materia de la propuesta que le habían realizado, como primera pregunta le solicitó su opinión sobre la señora. Nuestro personaje le replicó:
Me pareció una gran dama, muy fina y de muy buenos modales, -además añadió- A pesar que habla muy bien español, percibo cierto acento extranjero.
El agente le respondió:
Efectivamente lo tiene, porque la señora ha vivido mucho tiempo fuera de España, desde su niñez, ya que su padre era diplomático.
Jin, por su parte, le preguntó:
Aclárame una cosa ¿lo del nombre de Condesa es su nombre en clave o es que en realidad ostenta un título nobiliario? -Su interlocutor se sonrió por la salida de Jin y le respondió:
Sí que lo posee, pero a ella para su trabajo le gusta que la llamen así. -Prosiguió el funcionario-La Condesa me dijo que le gustaba tu manera de ser y tus dotes de observación, por ello desearía que te decidieras a trabajar para nosotros de igual manera que lo hace tú amigo Jorge en África.
Jin le manifestó:
Me mantengo en lo que hemos quedado anoche y si tienes interés en conocer mis impresiones sobre la situación de Cuba, a mi regreso del nuevo viaje, te pones en contacto conmigo y te cuento las novedades y sucesos percibidos, pero sin adquirir ningún compromiso.
Terminaron de tomarse las cervezas y se despidieron hasta el regreso.
Nuestro protagonista, en horas de la tarde, después de que concluyó sus deberes a bordo, llamó a don Alberto para comunicarle que ya estaba de nuevo en Barcelona y preguntarle si podía ir a visitarlo. El profesor le respondió que encantado y que lo esperaría ansioso por conocer las novedades que le pudiera aportar de su amada Cuba. Jin salió del buque dando un paseo hasta la cercana boca del metro de Dársenas, donde tomó el transporte para trasladarse hasta Diagonal, pues en las cercanías vivía su amigo; en esta casa lo recibían como si fuera un hijo y le tenían mucho cariño, por lo que Jin les correspondía igualmente visitándolos cada vez que se encontraba en la Ciudad Condal, al mismo tiempo les daba un poco de compañía y les contaba cosas de la mayor de las Antillas.
Después de los saludos de rigor, la señora de don Alberto se disculpó para ir a la cocina a preparar un poco de café, ya ella sabía que a su invitado le gustaba su manera de hacerlo, como ella mismo decía: -“es un café fuerte estilo cubano”. Mientras tanto, el profesor se interesó por las novedades de su patria ya que estaba seguro de que Jin sabía bastante más que lo que decían los periódicos. Nuestro personaje demoró las noticias para darle tiempo a doña Rosa para que terminara el café. En ese intervalo, nuestro marino le preguntó por don Julián y si seguía atendiendo pacientes, también se interesó por la situación de Miguel y si continuaba viviendo en Barcelona, pues la última vez que se habían visto estaba buscando la posibilidad de viajar como refugiado cubano a los Estados Unidos. El profesor le contó:
Don Julián prosigue recibiendo algunos enfermos, -además añadió- Estoy seguro de que se enfadará si no pasas a saludarlo, pues le gusta mucho hablar contigo. De Miguel te diré que continúa trabajando en la oficina de importación-exportación, pero él sigue empeñado en viajar de nuevo a América y está pendiente de ello.
La señora regresó con su cafetera, que desprendía un aroma intenso a buen café, también trajo una bandeja con galletas caseras hechas por ella misma; como quiera que fuera don Alberto y Jin solo atendían a la conversación que mantenían, por lo que doña Rosa les reprimió. Apúrense a degustar el café, pues frio no sirve. Entre sorbo y sorbo continuaron con la conversación, Jin les contó los pormenores de viajes anteriores, les relató las conversaciones e incidentes con algunos de los exiliados, entre ellos, el suceso del canario indocumentado que se hirió, intencionadamente para que no lo deportaran, también les contó la historia del joven matrimonio a quienes habían matado a sus padres en Santa Clara, las vicisitudes de la familia del catedrático de la Universidad de La Habana, las aventuras y desventuras del músico-compositor cubano-español, los padecimientos del empresario Arturo al quedarse sin nada, no solo sin el trabajo por él realizado, sino también, el de sus padres, y algunas de las travesuras de los niños a bordo, así como los relatos de los sacerdotes que viajaban de regreso a España, quienes organizaron un taller de enseñanza para los pequeños.
El profesor estaba encantado de conocer todas estas noticias y añadió:
A pesar de la tristeza de muchas de esas historias algo positivo se sacará de ellas, pues nosotros también vivimos la nuestra.
Nuestro marino, en esos momentos, le dijo a don Alberto que tenía que hacerle una confidencia, pero no le gustaría que saliese de esta casa. Jin le contó su encuentro con Jorge, un amigo de la infancia, y lo que estaba realizando en África, así mismo le detalló su entrevista con David en Puerto Rico y le relató su encuentro en Barcelona, como era lógico no le dio muchos detalles, pero los suficientes para que su amigo entendiera la situación.
Don Alberto, que al tener ya sus años, conocía mejor la vida que Jin, le aconsejó:
Ten mucho cuidado, pretenden embaucarte en una organización de espionaje, se empieza por poco, como algo sin importancia, inclusive te dirán que es algo inocente, pero más adelante querrán más y pasado un tiempo ya te habrán involucrado de tal manera que no te será posible salir. Continúa con su alegato: -Mi consejo es que les vayas dando largas sin comprometerte, les refieres lo que puedas como el que relata una anécdota, pues pasado un tiempo y al no tener nada en claro y si lo que les cuentas es de poca importancia, se buscarán a otro y se olvidarán de ti. Por su parte, doña Rosa muy nerviosa le rogó encarecidamente:
Ten mucho cuidado, tú no tienes necesidad de meterte en esos fregados, uno nunca sabe con qué clase de gente está tratando.
Al día siguiente en horas de la tarde, ya estaba anunciada la salida de la nueva singladura. Jin, al tener la mañana libre, decidió visitar a don Julián, quien se alegró muchísimo de verlo, demoró un poco la consulta de un paciente para charlar un rato. Jin le dijo:
Yo también tengo un poco de prisa, ya que debo ultimar algunas cosas, pues al atardecer partimos para Génova.
De todas maneras le hizo un resumen de los acontecimientos y hechos vividos en pasadas travesías, así como su encuentro con su colega don Andrés, le relató, de una manera resumida, los sucesos que se estaban produciendo en Santa Clara y le mencionó al médico del hospital de esa ciudad, por si lo conocía, a lo que efectivamente don Julián le manifestó que también era amigo y compañero.
Por su parte, nuestro personaje le prometió que a la vuelta de Cuba hablarían con más calma y le traería nuevos noticias de don Andrés.